jueves, 17 de octubre de 2013

Manuel Lacunza.

El fin de los tiempos y el advenimiento del Milenio

Manuel Lacunza (1731-1801)

Una de las más altas cumbres de la literatura del siglo XVIII la alcanzó el jesuita Manuel Lacunza, en el ámbito de la teología. Su obra, que reactualizó la doctrina del milenarismo, tuvo una amplia difusión en Europa y América y llenó de orgullo a sus compatriotas.
Durante el siglo XVII, en las letras chilenas destacaron principalmente las crónicas y relaciones históricas, produciéndose obras de gran valor como la Histórica Relación del Reyno de Chile del jesuita Alonso de Ovalle, la Historia General del Reino de Chile, Flandes Indiano del también jesuita Diego de Rosales y el Cautiverio Feliz de Francisco Núñez de Pineda y Bascuñán, capitán español de la frontera de Arauco. El siglo XVIII vio surgir una nueva generación de cronistas como Vicente de Carvallo y Goyeneche, Felipe Gómez de Vidaurre, Miguel de Olivares y José Antonio Pérez García. Sin embargo, las más altas cumbres de la literatura del último siglo colonial la alcanzaron los jesuitas Juan Ignacio Molina y Manuel Lacunza, el primero en el ámbito de la historia natural y el segundo en el de la teología. La obra de este último, que reactualizó la doctrina del milenarismo, tuvo una amplia difusión en Europa y América y llenó de orgullo a sus compatriotas.
Manuel Lacunza nació en 1731 en Santiago, hijo de Carlos de Lacunza y Josefa Díaz Montero. Ingresó a los dieciséis años a la Compañía de Jesús, ordenándose en 1755 a la edad de veinticuatro años. El 25 de agosto de 1767 el gobernador Guill y Gonzaga expulsó a la Compañía de Jesús de Chile cumpliendo órdenes reales y Lacunza partió al exilio, refugiándose junto con la gran mayoría de los otros jesuitas americanos en el pueblo de Imola, en Italia. Allí comenzó la redacción de su obra Venida del Mesías en gloria y majestad, de la cual realizó previamente un esbozo de 22 páginas, para luego acometer la redacción de los tres tomos en que separó su disertación. Aunque la obra la concluyó recién en 1790, después de más de quince años de trabajo, cuatro años antes se había difundido en Sudamérica el esbozo preliminar, conocido como el Anónimo Milenario. Este texto fue denunciado ante las autoridades eclesiásticas como herético, debido a sus doctrinas milenaristas; y prohibido finalmente por la Inquisición. Como la gran mayoría de los autores jesuitas que publicaron en el exilio, Lacunza intentó recurrir a la Corona española para que autorizara una edición de su obra en castellano. Las negativas fueron constantes; y Lacunza murió en 1801 sin ver publicado su trabajo.
En 1812, y a despecho de la negativa de la curia eclesiástica de aprobar la obra, Venida del Mesías en gloria y majestad fue publicada en Cádiz en tres tomos con el seudónimo de Josafat Ben-Ezra. Aunque fue denunciada al Tribunal de la Inquisición que ordenó la confiscación de todos los ejemplares, surgieron nuevas ediciones en Inglaterra y Francia, y copias manuscritas del libro circularon ampliamente entre sacerdotes, teólogos y monjes. La obra alcanzó gran notoriedad en el Viejo y el Nuevo Mundo, a la par que generó fuertes reacciones en su contra, en especial de la censura eclesiástica que la denunció por "ilusa, visionaria y herética". El debate en Chile no fue menor y en pleno siglo XX todavía se podían encontrar partidarios y detractores de las doctrinas milenaristas de Lacunza.
La obra de Lacunza descansó sobre tres postulados básicos. Primero, la apostasía de la iglesia cristiana, que tras reemplazar al pueblo de Israel luego de la primera venida del Mesías y el desconocimiento judío de éste, decaerá en el futuro y se hará parte del Anticristo, un "cuerpo moral" de ateos y apóstatas que procurará anular la obra del Mesías. Segundo, tras la apostasía de la iglesia cristiana o gentil vendría la conversión del pueblo de Israel y restauración de su alianza con Dios. Finalmente, de acuerdo a las tesis lacunzianas, el Mesías vendrá por segunda vez en gloria y majestad a la tierra y a la cabeza de los santos resucitados, el pueblo de Israel y los gentiles que no hayan apostatado, derrotará a sus enemigos y reinará por mil años en Jerusalén antes del fin de los tiempos y el Juicio Final.

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